lunes, 31 de diciembre de 2012



Querido abuelo Juan: 
Espero que reciba esta carta antes del  31, pues mi intención es obvia, saludarlo y desear así mismo la mayor felicidad para este año entrante, el 2025. Siempre recuerdo cuando nos sentábamos al pie del dique de nuestra ciudad, a mirar la variedad de viejas latitas de gaseosa que flotaban en él. Hoy le comento, al pasar diariamente por el dique, solo veo las de Coca Cola y una que otra de su competencia, usted sabrá bien abuelo, sólo quedaron como dueñas del mercado la Pepsi y la Coca. A pesar de eso, las recuerdo con mucho cariño, y cada una de esas latas, me recuerdan a usted. 
Quería también contarle, que gracias a mis estudios en Harvard y a mis tres idiomas obvios, he logrado conseguir un puesto de trabajo, y con un poco de esfuerzo supe encontrar mi ascenso a la jefatura y poder aplicar todo mi conocimiento en la materia. Gracias a esto, pude comprar una pequeña T.V que quedó muy bonita como centro de mesa, y otra mas importante para nuestro baño compartido con los vecinos del 14 "ab38", pues el ambiente se veía aburrido y es muy agradable ahora, tomar una ducha mientras uno se informa de algunos chismes de famosos. Luego a cenar, y a decidir en familia cuales van a ser los artículos que compraremos el mes entrante. Eso sí, con la ayuda de las ingeniosas publicidades que nos proporciona nuestra nueva T.V, que queda muy bonita como centro de mesa. 
Mi querido abuelo. Quiero agradecerle de corazón, el empeño que puso en mi infancia para que estudiase los idiomas y demás títulos y masters. Hoy por hoy, puedo decir que soy un hombre con futuro, orgulloso de sus logros así como de sus virtudes. 
Que en este año entrante goce de salud, armonía y felicidad.  




Año nuevo, vida nueva.



Empezar como si fuera cualquier cosa, es una enorme torpeza. Un año de vida.
Es un regalo demasiado grande para echarlo a perder.
¿Alguna vez te has sentido en lo mas hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar?
Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.
El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.
El año nuevo es una oportunidad más para convertir la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. "Quiero algo diferente, voy a comenzar bien, así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca; éste va a ser distinto, quiero que así sea, es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder. Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve".
¿Quién es capaz de decir: "Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto.? En mi hogar, me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca, voy a estrenar un nuevo amor a mi pareja y a mi familia, seré mejor padre o madre. Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino de humor. Incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo, voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria. Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, tracalero, injusto. Otro estilo de vida, otra forma de ser, ¿por qué no intentarlo?"
En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: ¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?.
Algunos ven que su vida pasada fue gris, vulgar y mediocre, y su gran argumento y razón para desesperarse es: "He sido un don nadie, ¿qué puedo hacer ya?".
Pero otros sacan de ahí mismo el gran argumento, la gran razón para el cambio radical positivo: "No me resigno a ser vulgar, quiero resucitar a una vida mejor, quiero luchar, voy a trabajar, quiero volver a empezar".
Un año recién salido de las manos del autor de la vida, es un año que aún no estrenas. ¿Qué vas a hacer con él?, ¿El año pasado no te gustó?, ¿No diste la medida?, ¿Con éste qué vas a hacer?
Un nuevo año recién iniciado: Todo comienza si tú quieres, todo vuelve a empezar...
Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que aún conscientes de sus debilidades confían y luchan por una vida mejor.
Todos desean a los demás y a si mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos
Comienza un nuevo año y con el un mundo de oportunidades se abre ante nosotros. El momento es propicio para reflexionar internamente sobre experiencias pasadas, situaciones presentes y el porvenir. Para aprender del pasado, disfrutar el presente y construir un futuro mejor.
Si nos detenemos por un momento y hacemos una pausa para mirar hacia atrás, podremos darnos cuenta que nos encontramos exactamente donde nos han traído nuestras acciones pasadas. El ser humano construye su futuro día a día mediante sus pensamientos, palabras y acciones, y estas a su vez van moldeando el presente.
Algunos pueblos que han tomado conciencia de la importancia de los actos de cada uno de sus habitantes para la consecución de un fin común, han incorporado a sus culturas la tradición de los propósitos a alcanzar en el año nuevo.
Esta tradición es muy sencilla. En ella cada persona se traza metas que hasta ahora no ha podido alcanzar, o no se había planteado y se hace el firme propósito de lograrlas durante el año que recién comienza. Puesto que según la tradición esto ocurre generalmente en alguna reunión social relativa al nuevo año, puede ser la cena de fin de año o la primera reunión de familiares y amigos del año que apenas comenzó, es costumbre comunicarse entre los concurrentes sus propósitos para de esta manera intercambiar opiniones sobre la mejor manera de lograrlos y obtener el apoyo necesario de quien este dispuesto a brindarlo para concretarlo, y si ocurre que se encuentran personas con propósitos comunes, unir esfuerzos para facilitar su consecución.
Esta tradición no esta limitada exclusivamente a propósitos individuales, pueden plantearse también propósitos familiares, de grupo, sociales y hasta mundiales, y de esta manera poner un granito de arena para construir un mundo mejor, el mundo que todos en el fondo deseamos.
Con el pasar del tiempo nuestra voluntad se fortalece y nos sentimos cada vez más capaces de lograr lo que nos propusimos; y no solo eso sino que también sentimos la necesidad de hacer algo por aquellos que hasta ahora no se han propuesto lograrlo pos si mismos, y comienza entonces un proceso de crecimiento en el cual nos volvemos conscientes de que somos dueños de nuestros destinos y capaces de utilizar nuestra voluntad en formas cada vez más creativas y constructivas.
A partir de ese momento vemos los obstáculos solo como situaciones a superar y de las cuales aprender, el contento se abre paso entre los lamentos, la alegría vence a la tristeza y la esperanza, la seguridad y la confianza reinan donde antes se encontraba el temor.
Siempre podemos escoger entre vivir el mundo cual lo conocemos o cambiarlo en el que deseamos, la decisión al final es de cada uno según decida ejercitar su libre albedrío.
Que este nuevo año nos brinde paz, amor, salud, armonía, unión, felicidad y prosperidad.
domingo, 30 de diciembre de 2012



Marcabal Grande, hacienda de mi familia, queda en una de las postreras estribaciones de los Andes, lindando con el río Marañon. Compónenla cerros enhiestos y valles profundos. Las frías alturas azulean de rocas desnudas. Las faldas y llanadas propicias verdean de sembríos, donde hay gente que labre, pues lo demás es soledad de naturaleza silvestre. En los valles aroman el café, el cacao y otros cultivos tropicales, a retazos, porque luego triunfa el bosque salvaje. La casa hacienda, antañona construcción de paredes calizas y tejas rojas, álzase en una falda, entre eucaliptos y muros de piedra, acequias espejeantes y un huerto y un jardín y sembrados y pastizales. A unas cuadras de la casa, canta su júbilo de aguas claras una quebrada y a otras tantas, diseña su melancolía de tumbas un panteón. Moteando la amplitud de la tierra, cerca, lejos, humean los bohíos de los peones. El viento, incansable transeúnte andino, es como un mensaje de la inmensidad formada por un tumulto de cerros que hieren el cielo nítido a golpe de roquedales.

Cuando era niño, llegaba yo a esa casa cada diciembre durante mis vacaciones. Desmontaba con las espuelas enrojecidas de acicatear al caballo y la cara desollada por la fusta del viento jalquino. Mi madre no acababa de abrazarme. Luego me masajeaba las mejillas y los labios agrietados con manteca de cacao. Mis hermanos y primos miraban las alforjas indagando por juguetes y caramelos. Mis parientes forzudos me levantaban en vilo a guisa de saludo. Mi ama india dejaba resbalar un lagrimón. Mi padre preguntaba invariablemente al guía indio que me acompañó si nos había ido bien en el camino y el indio respondía invariablemente que bien. Indio es un decir, que algunos eran cholos. Recuerdo todavía sus nombres camperos: Juan Bringas, Gaspar Chiguala, Zenón Pincel. Solían añadir, de modo remolón, si sufrimos lluvia, granizada, cansancio de caballos o cualquier accidente. Una vez, la primera respuesta de Gaspar se hizo más notable porque una súbita crecida llevóse un puente y por poco nos arrastra el río al vadearlo. Mi padre regañó entonces a Gaspar:

- ¿Cómo dices que bien?

- Si hemos llegao bien, todo ha estao bien-, fue su apreciación.

El hecho era que el hogar andino me recibía con el natural afecto y un conjunto de características a las que podría llamar centenarias y, en algunos casos, milenarias.

Mi padre comenzaba pronto a preparar el Nacimiento. En la habitación más espaciosa de la casona, levantaba un armazón de cajones y tablas, ayudado por un carpintero al que decían Gamboyao y nosotros los chicuelos, a quienes la oportunidad de clavar o serruchar nos parecía un privilegio. De hecho lo era, porque ni papá ni Gamboyao tenían mucha confianza en nuestra destreza.

Después, mi padre encaminábase hacia alguna zona boscosa, siempre seguido de nosotros los pequeños, que hechos una vocinglera turba, poníamos en fuga a perdices, torcaces, conejos silvestres y otros espantadizos animales del campo. Del monte traíamos musgo, manojos de unas plantas parásitas que crecían como barbas en los troncos, unas pencas llamadas achupallas, ciertas carnosas siemprevivas de la región, ramas de hojas olorosas y extrañas flores granates y anaranjadas. Todo ese mundillo vegetal capturado, tenía la característica de no marchitarse pronto y debía cubrir la armazón de madera. Cumplido el propósito, la amplia habitación olía a bosque recién cortado.

Las figuras del Nacimiento eran sacadas entonces de un armario y colocadas en el centro de la armazón cubierta de ramas, plantas y flores. San José, la Virgen y el Niño, con la mula y el buey, no parecían estar en un establo, salvo por el puñado de paja que amarilleaba en el lecho del Niño. Quedaban en medio de una síntesis de selva. Tal se acostumbraba tradicionalmente en Marcabal Grande y toda la región. Ante las imágenes relucía una plataforma de madera desnuda, que oportunamente era cubierta con n mantel bordado, y cuyo objeto ya se verá.

En medio de los preparativos, mamá solía decir a mi padre, sonriendo de modo tierno y jubiloso:

- José, pero si tú eres ateo...

- Déjame, déjame, Herminia, replicaba mi padre con buen humor-, no me recuerdes eso ahora y...a los chicos les gusta la Navidad...

Un ateo no quería herir el alma de los niños. Toda la gente de la región, que hasta ahora lo recuerda, sabía por experiencia que mi padre era un cristiano por las obras y cotidianamente.

Por esos días llegaban los indios y cholos colonos a la casa, llevando obsequios, a nosotros los pequeños, a mis padres, a mi abuela Juana, a mis tíos, a quien quisieran elegir entre los patrones. Más regalos recibía mamá. Obsequiábannos gallinas y pavos, lechones y cabritos, frutas y tejidos y cuantas cosillas consideraban buenas. Retornábaseles la atención con telas, pañuelos, rondines, machetes, cuchillas, sal, azúcar...Cierta vez, un indio regalóme un venado de meses que me tuvo deslumbrado durante todas las vacaciones.

Por esos días también iban ensayando sus cantos y bailes las llamadas "pastoras", banda de danzantes compuesta por todas las muchachas de la casa y dos mocetones cuyo papel diré luego.

El día 24, salido el sol apenas, comenzaba la masacre de animales, hecha por los sirvientes indios. La cocinera Vishe, india también, a la cual nadie le sabía la edad y mandaba en la casa con la autoridad de una antigua institución, pedía refuerzos de asistentes para hacer su oficio. Mi abuela Juana y mamá, con mis tías Carmen y Chana, amasaban buñuelos. Mi padre alineaba las encargadas botellas de pisco y cerveza, y acaso alguna de vino, para quien quisiese. En la despensa hervía roja chicha en cónicas botijas de greda. Del jardín llevábanse rosas y claveles al altar, la sala y todas las habitaciones. Tradicionalmente, en los ramos entremezclábanse los colores rojo y blanco. Todas las gentes y las cosas adquirían un aire de fiesta.

Servíase la cena en un comedor tan grande que hacía eco, sobre una larga mesa iluminada por cuatro lámparas que dejaban pasar una suave luz a través de pantallas de cristal esmerilado. Recuerdo el rostro emocionadamente dulce de mi madre, junto a una apacible lámpara. Había en la cena un alegre recogimiento aumentado por la inmensa noche, de grandes estrellas, que comenzaba junto a nuestras puertas. Como que rezaba el viento. Al suave aroma de las flores que cubrían las mesas, se mezclaba la áspera fragancia de los eucaliptos cercanos.

Después de la cena pasábamos a la habitación del Nacimiento. Las mujeres se arrodillaban frente al altar y rezaban. Los hombres conversaban a media voz, sentados en gruesas sillas adosadas a las paredes. Los niños, según la orden de cada mamá, rezábamos o conversábamos. No era raro que un chicuelo demasiado alborotador, se lo llamara a rezar como castigo. Así iba pasando el tiempo.

De pronto, a lo lejos sonaba un canto que poco a poco avanzaba acercándose. Era un coro de dulces y claras voces. Deteníase junto a la puerta. Las "pastoras" entonaban una salutación, cantada en muchos versos. Recuerdo la suave melodía. Recuerdo algunos versos:

En el portal de Belén
hay estrellas, sol y luna;
a Virgen y San José
y el niño que esta en la cuna.

Niñito, por qué has nacido
en este pobre portal,
teniendo palacios ricos
donde poderte abrigar...

Súbitamente las "pastoras" irrumpían en la habitación, de dos en dos, cantando y bailando a la vez. La música de los versos había cambiado y estos eran más simples.

Cuantas muchachas quisieron formar la banda, tanto las blancas hijas de los patrones como las sirvientas indias y cholas, estaban allí confundidas. Todas vestían trajes típicos de vivos colores. Algunas ceñíanse una falda de pliegues precolombina, llamada anaco. Todas llevaban los mismos sombreros blancos adornados con cintas y unas menudas hojas redondas de olor intenso. Todas calzaban zapatillas de cordobán. Había personajes cómicos. Eran los "viejos". Los dos mocetones habíanse disfrazado de tales, simulando jorobas con un bulto de ropas y barbazas con una piel de chivo. Empuñaban cayados. Entre canto y canto, los "viejos" lanzaban algún chiste y bailaban dando saltos cómicos. Las muchachas danzaban con blanda cadencia, ya en parejas o en forma de ronda. De cuando en vez, agitaban claras sonajas. Y todo quería ser una imitación de los pastores que llegaron a Belén, así con esos trajes americanos y los sombreros peruanísimos. El cristianismo hondo estaba en una jubilosa aceptación de la igualdad. No había patrona ni sirvientitas y tampoco razas diferenciadoras esa noche.

La banda irrumpía el baile para hacer las ofrendas. Cada "pastora" iba hasta la puerta, donde estaban los cargadores de los regalos y tomaba el que debía entregar. Acercándose al altar, entonaba un canto alusivo a su acción.

- Señora Santa Ana,
¿por qué llora el Niño?
-Por una manzana
que se le ha perdido.

-No llore por una,
yo le daré dos:
una para el Niño
y otra para vos

La muchacha descubríase entonces, caía de rodillas y ponía efectivamente dos manzanas en la plataforma que ya mencionamos. Si quería dejaba más de las enumeradas en el canto. Nadie iba a protestar. Una tras otra iban todas las "pastoras" cantando y haciendo sus ofrendas. Consistían en juguetes, frutas, dulces, café y chocolate, pequeñas cosas bellas hechas a mano. Una nota puramente emocional era dada por la "pastora" más pequeña de la banda. Cantaba:

A mi niño Manuelito
todas le trae un don
Yo soy chica y nada tengo,
le traigo mi corazón.

La chicuela arrodillábase haciendo con las manos el ademán del caso. Nunca faltaba quien asegurara que la mocita de veras parecía estar arrancándose el corazón para ofrendarlo.

Las "pastoras" íbanse entonando otros cantos, en medio de un bailecito mantenido entre vueltas y venias. A poco entraban de nuevo, con los rebozos y sombreros en las manos, sonrientes las caras, a tomar parte en la reunión general.

Como habían pasado horas desde la cena, tomábase de la plataforma los alimentos y bebidas ofrendados al Niño Jesús. No se iba a molestar el Niño por eso. Era la costumbre. Cada uno servíase lo que deseaba. A los chicos nos daban además los juguetes. Como es de suponer, las "pastoras" también consumían sus ofrendas. Conversábase entre tanto. Frecuentemente, pedíase a las "pastoras" de mejor voz, que cantaran solas. Algunas accedían. Y entonces todo era silencio, para escuchar a una muchacha erguida, de lucidas trenzas, elevando una voz que era a modo de alta y plácida plegaria.

La reunión se disolvía lentamente. Brillaban linternas por los corredores. Me acostaba en mi cama de cedro, pero no dormía. Esperaba ver de nuevo a mamá. Me gustaba ver que mi madre entraba caminando de puntillas y como ya nos habían dado los juguetes, ponía debajo de mi almohada un pañuelo que había bordado con mi nombre. Me conmovía su ternura. Deseaba yo correspondérsela y no le decía que la existencia había empezado a recortarme los sueños. Ella me dejó el pañuelo bordado, tratando de que yo no despertara, durante varios años.

Evangelio según San Lucas 2, 42-52



Sus padres iban cada año a Jerusalén, por la fiesta de pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron a celebrar la fiesta, según la costumbre. Terminada la fiesta, cuando regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres…
Al verle, se quedaron perplejos, y su madre le dijo:
-Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados.
-El les contestó:
-¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que les decía. Bajó con ellos a Nazaret, y vivió bajo su tutela. Su madre guardaba todos estos recuerdos en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres
sábado, 29 de diciembre de 2012



Este cuento relata la historia de un cocinero que tenía que preparar una deliciosa y sabrosa cena de Nochebuena. Siempre se le ocurrían ideas brillantes, pero había trabajado tanto los meses anteriores que no estaba nada inspirado, perdió su imaginación en un momento tan importante del año.

Se pasaba el día ideando menús navideños, pero ninguno de ellos lograba satisfacerle. Y entre menú y menú desechado, llegó la víspera de Navidad. Tan cansado estaba el cocinero, que se quedó profundamente dormido en la mesa de la cocina rodeado de libros y cuadernos de recetas.

En sueños, se vio a sí mismo convertido en Papá Noel, con un abultado saco al hombro y viajando a bordo de un trineo que se deslizaba tirado por una fuerza invisible, sin ciervos ni renos. No sabía hacia donde se dirigía pero parecía que el trineo sí sabía cuál era su lugar de destino.

Finalmente, el trineo se detuvo ante la puerta de una rústica casita en el bosque, de cuya chimenea escapaba un inmaculado y cálido humo blanco. Llamó a la puerta y ésta se abrió inmediatamente, pero nadie apareció tras ella. El cocinero entró y se encontró un salón con decorado navideño, lo que le provocó una profunda y tierna sensación hogareña.

Allí había una chimenea encendida que iluminaba toda la habitación con sus llamas y de ella colgaban varios calcetines que esperaban a estar llenos de regalos. En el centro del comedor había una acogedora mesa, con velas encendidas y con todo dispuesto para ser cubierta con ricos manjares. En la casita no había nadie pero, sin embargo, se sentía acompañado por presencias invisibles.

 Depositó el saco en el suelo y empezó a latir su corazón a gran velocidad y a temblarle las manos mientras abría la bolsa que no sabía lo que contenía sentado en una mullida butaca junto a la chimenea. Lo primero que apareció fue una bella sopera con una reconfortante sopa de crema, hecha con una gallina entera, aderezada con unos diminutos dados de su pechuga.

Levantó la tapa y una oleada de vapor repleto de aromas empañó sus gafas. Después, un dorado y casi líquido queso Camembert hecho al horno, con aromas de ajo y vino blanco, acompañado de un crujiente pan hizo que su boca se llenara de agua; hundió la nariz en él y lo depositó sobre la mesa.

Su tercer hallazgo fue una pierna de cerdo rellena con ciruelas pasas y beicon ahumado que venía acompañada de un sinfín de guarniciones, cada cual más apetitosas: cremoso puré de patata aromatizado con aceite de ajo y con mostaza, salsas agridulces y chutneys irresistibles, compota de manzana con vinagre y miel... ¡de ensueño!.



Dispuso la inmensa fuente en el centro de la mesa y aspiró los intensos aromas que aquella sinfonía de contrastes culinarios le ofrecía. En un rincón del salón, reparó en una mesita auxiliar dispuesta para los postres y allí colocó un crujiente strudel de manzana y nueces y una espectacular anguila de mazapán, una dulcera de cristal que albergaba una deliciosa compota de Navidad al Oporto y un insólito helado de polvorones.

Apenas podía creer lo que estaba sucediendo, se sentía embargado por la emoción. El menú tocaba a su fin y comprendió que era hora de abandonar aquella cálida casita, para dejar que sus moradores disfrutaran en la intimidad de las exquisitas viandas que había traído en su saco.

Pensó que los manjares se enfriarían si no lo hacían pronto, pero comprendió que el calor, material y espiritual, que invadía todos y cada uno de los rincones de la estancia se encargaría de mantenerlos a la temperatura adecuada. Como toque final a su visita, llenó los calcetines de la chimenea con figuritas de mazapán, polvorones y turrones, que sin duda harían las delicias de los niños... y de los menos niños.

Le despertó el borboteo de un caldo que había dejado en el fuego y que amenazaba con desbordar el puchero. Era ya de madrugada, pero aún tenía tiempo de ponerse manos a la obra y elaborar el menú de la casita del bosque. La fuerza invisible que guiaba el trineo no era otra cosa que el amor que el cocinero sentía por el mundo de la cocina.
viernes, 28 de diciembre de 2012



Cada tarde, a la salida de la escuela, todos los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Los pájaros se apoyaban en las ramas de los árboles y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar su canto. Los niños eran muy felices allí hasta que volvió el Gigante, que había ido a visitar a su amigo, el Ogro de Comish. Después de siete años en casa de su amigo, el Gigante consideraba que no tenían nada que decirse y decidió volver a su mansión.

Al llegar, el Gigante vio a todos los niños jugando en su jardín y, muy furioso, les dijo con voz retumbante:

- ¿Qué hacéis aquí?

Los niños escaparon corriendo en desbandada. Y continuó el Gigante:

- Este jardín es mío. Es mí jardín propio. Todo el mundo debe entender eso, y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.

Enseguida, puso un cartel que decía: "ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES" Era un Gigante egoísta y los niños se quedaron sin un lugar en el que jugar. Intentaron buscar otros lugares, pero ninguno les gustaba tanto como el jardín del Gigante. Cuando la primavera volvió, toda la ciudad se pobló de pájaros y flores.

Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta seguía el invierno. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles no florecían. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra.

Los únicos que allí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha que, observando que la primavera se había olvidado de aquel jardín, estaban dispuestos a quedar allí todo el resto del año. La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco, y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el invierno. Y el Viento del Norte invitó a su amigo granizo, que también se unió a ellos.

Mientras tanto, el Gigante Egoísta, al asomarse a la ventana de su casa, vio que su jardín todavía estaba cubierto de gris y blanco, y pensó:

- No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí. Espero que pronto cambie el tiempo.

Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno. Los frutales decían:

- Es un gigante demasiado egoísta.

De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el viento del Norte, el Granizo, la Escarcha, y la Nieve bailoteaban lamentablemente entre los árboles. Una mañana, el Gigante estaba todavía en la cama cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventada, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo.

Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir, y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.

- ¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera - dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. Los niños habían entrado al jardín a través de una brecha del muro, y se habían trepado a los árboles, En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices que se habían cubierto de flores. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos. Era realmente un espectáculo muy bello.

Sólo era invierno en un rincón. Era el rincón más apartado del jardín, y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él.

El Gigante sintió que el corazón se le derretía. ¡Cómo he sido tan egoísta! – exclamó - Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a quitar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.

El Gigante estaba de veras arrepentido por lo que había hecho. Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape, y en el jardín volvió a ser invierno otra vez. Sólo el niño pequeñín del rincón no escapó porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. El Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol.

Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Los otros niños, cuando vieron que el Gigante no era malo, volvieron corriendo. Con ellos la primavera regresó al jardín. Y les dijo el Gigante:

- De ahora en adelante, el jardín será vuestro.

Y tomando un hacha, echó abajo el muro. Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños. Estuvieron jugando allí todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.

- Pero, ¿dónde está el más pequeño? - Preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?


El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.

- No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.

- Díganle que vuelva mañana - dijo el Gigante.

Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía, y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste. Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero no volvieron a ver el niño pequeñito. El Gigante lo echaba de menos. Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar. Pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.

-Tengo flores hermosas - se decía-, pero los niños son lo más hermoso de todo.

Una mañana de invierno, miró por la ventada mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando. Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata.Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.

Lleno de alegría el Gigante se acercó al niño y notó que él tenía heridas en las manos y en los pies. Preocupado, y a gritos, el Gigante le preguntó quién se había atrevido a hacerle daño. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:

- ¡No! Estas son las heridas del Amor.

- ¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? - preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:

- Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso. Y cuando los niños llegaron esa tarde, encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir y estaba entero cubierto de flores blancas.

FIN
jueves, 27 de diciembre de 2012



Había una vez un niño que se llamaba Jorge, su madre María y el padre Juan. Cuando escribió la carta a los Reyes Magos se pidió más de veinte cosas.

Entonces su madre le dijo: Pero tú comprendes que… mira te voy a decir que los Reyes Magos tienen camellos, no camiones, segundo, no te caben en tu habitación, y, tercero, mira otros niños… tú piensa en los otros niños, y no te enfades porque tienes que pedir menos.

El niño se enfadó y se fue a su habitación. Su padre le dijo a su madre María: ¡Ay!, se quiere pedir casi una tienda entera, y su habitación está llena de juguetes... María dijo que sí con la cabeza. El niño dijo con la voz baja: Es verdad lo que ha dicho mamá, debo de hacerles caso, soy muy malo.

Llegó la hora de ir al colegio y dijo la profesora: Vamos a ver, Jorge, dinos cuántas cosas te has pedido. Y dijo bajito: Veinticinco.

La profesora se calló y no dijo nada pero cuando terminó la clase todos se fueron y la señorita le dijo a Jorge que no tenía que pedir tanto. Entonces Jorge decidió cambiar la carta que había escrito y pedirse quince cosas, en lugar de 25.

Cuando se lo contó a sus padres, éstos pensaron que no estaba mal el cambio y le preguntaron que si el resto de regalos que había pedido los iba a compartir con sus amigos. Jorge dijo: No, porque son míos y no los quiero compartir.

Después de rectificar la carta a los Reyes de Oriente llegó el momento de ir a comprar el árbol de Navidad y el Belén. Pero cuando llegaron a la tienda, estaba agotada la decoración navideña.

Ante esto, Jorge vio una estrella desde la ventana del coche y rezó: Ya sé que no rezo mucho, perdón, pero quiero encontrar un Belén y un árbol de Navidad. De pronto se les paró el coche, se bajaron, y se les apareció un ángel que dijo a Jorge: Has sido muy bueno en quitar cosas de la lista así que os daré el Belén y el árbol.

Pasaron tres minutos y continuó el ángel: Miren en el maletero y veréis. Mientras el ángel se fue. Juan dijo: ¡Eh, muchas gracias! Pero, ¿qué pasa con el coche? Y dijo la madre: ¡Anda, si ya funciona! ¡Se ha encendido solo! Y el padre dio las gracias de nuevo.

Por fin llegó el día tan esperado, el Día de Reyes. Cuando Jorge se levantó y fue a ver los regalos que le habían traído, se llevó una gran sorpresa. Le habían traído las veinticinco cosas de la lista.

Enseguida despertó a sus padres y les dijo que quería repartir sus juguetes con los niños más pobres. Pasó una semana y el niño trajo a casa a muchos niños pobres.

La madre de Jorge hizo el chocolate y pasteles para todos. Todos fueron muy felices. Y colorín, colorado, este cuento acabado.
miércoles, 26 de diciembre de 2012



En una pequeña ciudad había una sola tienda que vendía árboles de Navidad. Allí se podían encontrar árboles de todos los tamaños, formas y colores.

El dueño de la tienda había organizado un concurso para premiar al arbolito más bonito y mejor decorado del año y lo mejor de todo es que sería el mismo San Nicolás quien iba a entregar el premio el día de Navidad.

Todos los niños de la ciudad querían ser premiados por Santa y acudieron a la tienda a comprar su arbolito para decorarlo y poder concursar.

Por su parte, los arbolitos se emocionaban mucho al ver a los niños y decididos a ser el elegido, les gritaban:¡A mí... a mí... mírame a mí¡ Cada vez que entraba un niño a la tienda era igual, los arbolitos comenzaban a esforzarse por llamar la atención y lograr ser escogidos.

¡A mí que soy grande!... ¡no, no a mí que soy gordito!... o ¡a mí que soy de chocolate!... o ¡a mí que puedo hablar!. Se oía en toda la tienda. Pasando los días, la tienda se fue quedando sin arbolitos y sólo se escuchaba la voz de un arbolito que decía: A mí, a mí... que soy el más chiquito.

A la tienda llegó, casi en vísperas de Navidad, una pareja muy elegante que quería comprar un arbolito.

El dueño de la tienda les informó que el único árbol de Navidad que le quedaba era uno muy pequeñito. Sin importarles el tamaño, la pareja decidió llevárselo.

El arbolito pequeño se alegró mucho pues, al fin, alguien lo iba a poder decorar para Navidad y podría participar en el concurso.

Al llegar a la casa donde vivía la pareja, el arbolito se sorprendió: ¿Cómo siendo tan pequeño, podré lucir ante tanta belleza y majestuosidad?.

Una vez que la pareja entra a la casa, comenzaron a llamar a la hija: ¡Regina!... ven... ¡hija!... te tenemos una sorpresa. El arbolito escuchó unas rápidas pisadas provenientes del piso de arriba.

Su corazoncito empezó a latir con fuerza. Estaba dichoso de poder hacer feliz a una linda niñita.

Al bajar la niña, el pequeño arbolito, se impresionó de la reacción de ésta: - ¡Esto es mi arbolito!... Yo quería un árbol grande, frondoso, enorme hasta el cielo para decorarlo con miles de luces y esferas. ¿Cómo voy a ganar el concurso con este arbolito enano? Dijo la niña entre llantos.

- Regina, era el único arbolito que quedaba en la tienda, le explicó su padre.

- ¡No lo quiero!...es horrendo... ¡no lo quiero!, gritaba furiosa la niña.

Los padres, desilusionados, tomaron al pequeño arbolito y lo llevaron de regreso a la tienda. El arbolito estaba triste porque la niña no lo había querido pero tenía la esperanza de que alguien vendría a por él y podrían decorarlo a tiempo para la Navidad. Unas horas más tarde, se escuchó que abrían la puerta de la tienda.

¡A mí... a mí... que soy el más chiquito. Gritaba el arbolito lleno de felicidad. Era una pareja robusta, de grandes cachetes colorados y manos enormes. El señor de la tienda les informó que el único árbol que le quedaba era aquel pequeñito de la ventana. La pareja tomó al arbolito y sin darle importancia a lo del tamaño, se marchó con él.

Cuando llegaron a casa, el arbolito vio como salían a su encuentro dos niños gordos que gritaban: ¿Lo encontraste papi?... ¿Es cómo te lo pedimos mami? Al bajar los padres del coche, los niños se le fueron encima al pequeño arbolito.
martes, 25 de diciembre de 2012



Érase una vez un bonito pueblo en medio de un frondoso y colorido bosque habitado por unos alegres animales. Cada año, con la caída de las primeras nieves y la llegada de las estrellas de luz, se reunían en torno al Gran Árbol para preparar la Navidad y conocer una de las noticias más esperadas de la temporada. Todas las actividades que realizaban en aquella época tenían como objetivo la convivencia, el fomento de la amistad y la diversión.

El concurso de cocina navideña, organizado por la Señora Ardilla, hacía las delicias de los más comilones, pues los platos presentados eran degustados al finalizar la competición. Los más pequeños participaban en la tradicional Carrera de Hielo, que tenía lugar en el lago helado y acudían cada tarde a los ensayos de la Señorita Ciervo, encargada del coro que alegraba con sus villancicos todos los rincones del bosque.

Y, por supuesto, estaba lo mejor noche de todas: la Nochebuena, en la que se representaba una obra de teatro que tenía como tema central la amistad. El Señor Búho, como director de la escuela de teatro, seleccionaba una pieza de entre todas las que enviaban los animales aspirantes a ser los elegidos para llenar de paz los corazones de los habitantes del bosque, pero ese año:

- Bienvenidos todos a la reunión preparatoria de la Navidad, dijo el Señor Búho posado en la rama más robusta del Gran Árbol. Este año, la elección de la obra ha estado muy reñida porque todas las propuestas eran de gran calidad, pero había que elegir un ganador. Así que sin más demora demos un aplauso al Sr. Conejo, autor de la obra ganadora 'Salvemos el bosque'.

- Gracias, gracias, es un honor para mí, exclamaba Conejo entre aplausos. - Bien, pues ya sabéis que mañana a las diez daremos comienzo a las pruebas de selección. Rogamos puntualidad a los interesados, concluyó el Sr. Búho.

Evita los celos en los niños

Al día siguiente, a la hora convenida, comenzó la selección. Al ser un musical, las pruebas se centraron en las habilidades de canto y baile, pues eran requisitos imprescindibles. La obra contaba la trama de un guardabosque que debía salvar la flora de un malvado leñador, obsesionado con cortar un Árbol milenario y arrasar todo lo que se pusiera en su camino.

En su lucha por preservar el entorno natural, el guardabosque contaba la inestimable ayuda de un girasol y de un lirio que ponían su astucia al servicio de la noble causa. Tras varias horas, los papeles quedaron repartidos de la siguiente manera: el Sr. Oso haría de guardabosques, Castor sería el vil leñador, la Sra. Pata representaría al girasol, y la Sra. Lince, al lirio. Al principio todo marchaba estupendamente, los actores estaban contentos con sus papeles y trabajaban duro para perfeccionar sus actuaciones, hasta que hizo su aparición el peor de los fantasmas: la envidia.

- Sr. Conejo, creo que Castor tendría que tener un poco más de protagonismo. El leñador está lleno de matices y podríamos crear unos espectaculares efectos especiales que dejarían al público boquiabierto, dijo el Sr. Búho en uno de los ensayos.

- Sí, puede que tengas razón y deba retocar el texto para darle más peso a Castor. Podemos hacer un juego de luces y sombras cada vez que aparezca y realzar su papel.

Ante estas palabras Castor se puso muy contento, pues estaba muy ilusionado con la obra, pero Oso no lo vio con los mismos ojos. Si a Castor le daban más protagonismo, eso significaba que él dejaría de ser el protagonista absoluto, y eso no le gustó nada. El ensayo del día siguiente fue un caos. En lugar de avanzar, daban pasos hacia atrás. Oso no colaboraba y Castor, que se había dado cuenta de lo que estaba pasando, estuvo muy arisco.

Por si fuera poco, el vestuario también había sido fuente de conflictos entre las chicas. La Sra. Pata consideraba que el vestido de la Sra. Lince era más llamativo y que debían haberlo echado a suertes. La tensión en el escenario se podía cortar y el desastre no se hizo esperar, y durante el ensayo de la escena final, que reunía a todos los actores en el escenario para interpretar el número final comenzaron a empujarse unos a otros con tal brío que parte del decorado se rompió.

- Orden, orden, pero bueno ¿qué pasa? preguntó Conejo encolerizado. Habéis echado a perder el trabajo de varios días y de todos los que han colaborado en la puesta en escena. Quedan sólo dos días para Nochebuena, pero si tuviéramos más tiempo os echaría a todos de la obra. Se acabó el ensayo por hoy. Conejo estaba rabioso, no entendía nada. Pero ¿cómo podían pelearse por una cosa así?


Al día siguiente los habitantes se despertaron siendo testigos de un acontecimiento terrible: la nieve había desaparecido y las estrellas de luz se habían apagado. ¿Cómo era posible? Asustados, los animales se congregaron alrededor del Gran Árbol, en busca del sabio consejo del Sr. Búho.

- Queridos habitantes del bosque, el espíritu de la Navidad se ha ido, sentenció Búho.

- ¿Y cómo podemos hacer que vuelva? preguntó asustada la Sra. Ardilla.

- Nos vamos a quedar sin Navidad, se oyó decir a un lobezno.

- Hoy es un día muy triste. La envidia ha desatado unas reacciones negativas en cadena. La nieve se ha derretido, las estrellas han dejado de lucir y la obra de teatro peligra.

Oso estaba escuchando tras un arbusto y tenía miedo a salir porque sabía que era el desencadenante de la situación, pero había que ser valiente y afrontar las consecuencias de los propios actos, así que se decidió a salir.

- Lo siento mucho. Si hay algún culpable, ése soy yo. Me cegó la envidia. ¿Qué puedo hacer para enmendar mi error?

- No, no tienes por qué cargar con las culpas tú sólo, yo también he contribuido con mi mal comportamiento. Si sirve de algo yo también lo siento, se lamentó Castor.

- Si te hace ilusión, te cambio el vestido, me importa más tu amistad que un trozo de tela, exclamó la Sra. Lince dándole un abrazo a la Sra. Pata.

- Mirad, ¡está nevando! gritó con entusiasmo una voz.

- Sí y parece que en el cielo brillan de nuevo las estrellas. ¡El espíritu de la Navidad ha vuelto!, se oyó.

Ese año, la Navidad se vivió con mucha intensidad en el bosque, al fin y al cabo estuvieron a punto de perderla para siempre. Habían aprendido la lección y ahora sabían que la envidia cegaba y tenía unos efectos muy negativos que no se podían controlar. Así que para que no se les olvidara nunca construyeron una gran placa de madera que colgaron del Gran Árbol. En ella se podía leer la siguiente inscripción: "El tesoro más valioso que posees es la amistad, cuídalo todos los días y crecerá".
lunes, 24 de diciembre de 2012



Enriqueto era un ratoncito tímido, de pelaje negro, dientes torcidos, ojos bizcos y oreja maltrecha. Se quedó huérfano de padre y madre y creció en compañía de otros ratones que hacían lo que podían para sobrevivir en un mercado de la ciudad de Guatemala. El día de Nochebuena, como de costumbre tenían hambre y decidieron salir a buscar comida entre los desperdicios de los contenedores que la gente iba llenando alrededor del mercado.

Nuestro amigo Enriqueto, que era muy hábil para detectar olores y sabores, era el jefe de la cuadrilla de buscadores y el que más y mejor comida conseguía para la familia ratonil. Esa mañana logró reunir trozos de jamón, pizza, chorizo, frijoles volteados, nachos, platanitos cocidos, pan francés y unas cuantas galletas navideñas. - ¡Qué placer!, dijo Enriqueto. Todos sus amigos se reunieron y empezaron su banquete navideño. Comieron hasta que casi reventaban sus panzas rechonchas y peludas.

Al filo de las 8 de la noche, ya ni se movieron en sus cuevas de lo llenos que estaban. Sin embargo, Enriqueto decidió salir a ver si conseguía algo de postre. Cuando estaba por allí merodeando… ¡¡¡PUM!!!... lo atropelló un coche. Salió disparado al otro lado de la carretera y notó que algo caliente le salía del cuerpo. Tiene que ser sangre. Dios mío...me estoy muriendo... a donde iré a ir a parar: al cielo de los ratones o allí abajo ¿donde se asan?..., empezó a pensar Enriqueto. En esas estaba cuando ya no sintió nada más y desfalleció....

Cuando por fin abrió sus ojos, se vio rodeado de ratones vestidos de blanco, y dijo: "Entonces sí me morí y debo estar en el cielo". De pronto uno de ellos le habló, diciendo: - ¡¡Manito Enriqueto...por fin abriste tus ojos...estás vivo!! Un buen susto fue el que se llevó Enriqueto. Y lo que realmente había pasado fue que cuando sus compañeros oyeron que un coche se había estrellado contra el contenedor de basura que registraba Enriqueto, le vieron tendido en la acera. Inmediatamente lo cogieron y se lo llevaron a su cueva, le frotaron con alcohol el pecho, le estiraron las piernas y lo calentaron con mentol y candelas para que entrara en calor. Enriqueto, al verse vivo, no paraba de llorar de la alegría y juró no volver a portarse mal y ser tan glotón y comilón.
domingo, 23 de diciembre de 2012



'Un viaje increíble' cuenta la historia de Carlos, un ratón que vivía en la punta de un cerro. Trabajaba día y noche para limpiar el polvo a una bota que, años atrás, le había regalado su amigo Michel.

Todas las Navidades utilizaba esa bota para adornar su casa. Uno de esos años, cuando faltaban muy pocos días para la llegada de la Navidad, golpearon su puerta.

Era su amigo, el viejecito Michel, que venía desde el pueblo para invitarle a pasar las fiestas navideñas con él y su familia porque pensó que su amigo, allá arriba, se iba a sentir muy solo.

Michel llegó tremendamente cansado y Carlos le invitó a que se sentara a descansar.

Normalmente se tardaban nueve días en subir caminando desde el pueblo hasta la punta del cerro, pero Michel, debido a lo resbaladizo que estaba el pasto, había tardado el doble.

Sólo faltaban tres días para Navidad y Michel estaba muy triste porque sabía que no le iba a dar tiempo a bajar el cerro de nuevo junto a Carlos y celebrar las fiestas en familia.

Carlos, preocupado por su amigo, estuvo dándole muchas vueltas a la cabeza pensando en cómo podía ayudar a su amigo. Finalmente el ratoncito Carlos planeó ¡un viaje increíble!

Y así fue como, con voluntad y amistad, Carlos y Michel celebraron juntos la Navidad. Carlos con su bota y Michel con su familia.

Evangelio según San Lucas 1, 39-45



En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. 
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, 
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! 
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? 
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. 
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". 

sábado, 22 de diciembre de 2012



Horacio, así se llamaba, era un reno muy curioso y movedizo que jamás se podía quedar quieto. Era famoso en el Polo Norte por ir de aquí para allá mirando todo y poniendo sus patas donde podía y donde no también.

Era la época de Navidad y todos en el taller trabajaban sin parar para llegar a tiempo con todos los regalos. No sólo trabajan los duendes, sino que también lo hacían todos los renos entrenando todo el día para estar en forma y poder volar por el mundo entero sin problemas.

Horacio era el fiel compañero de Rodolfo, juntos eran los dos primeros renos del trineo y quienes dirigían a los que iban detrás, siguiendo las indicaciones de Papá Noel. Jamás había habido problema alguno durante el viaje más maravilloso y mágico del año.

Sin embargo, esa Navidad, las cosas no serían igual.

En el Polo Norte, crecían unas flores de un aroma muy rico, pero que si uno se acercaba mucho para olerlas, terminaba muy mareado. Su perfume era realmente embriagador, por eso Papá Noel, si bien las cuidaba como a todas las flores, les había puesto un cerquito con un cartel que decía “No Oler”.

Si pensamos que Horacio en todo metía su hocico y encima no sabía leer, podemos imaginar qué pasó.

Justo el día antes de Navidad, se detuvo frente a las flores y olió cuanto pudo y pudo mucho pues su narizota era realmente grande.

Al principio, el efecto del perfume no se sintió, pero a las pocas horas, justo cuando el trineo debía levantar vuelo, Horacio empezó a sentir cosas extrañas en su cuerpo.

No habían ni siquiera repartido los primeros regalos cuando Horacio empezó a sentirse tan, pero tan mareado que el mundo entero le daba vueltas a su alrededor. Ya no sabía para dónde iba, no importa para qué lado Papá Noel tirara de las riendas, parecía que el reno había enloquecido y se movía de un lado para el otro. Rodolfo y los demás renos trataron de sujetarlo, pero el pobre Horacio, víctima del perfume de las flores, era un trompo sin fin. Tanto se movía que, intentando subir una montaña, el trineo no pudo hacer la maniobra acostumbrada y volcó.

Todos los regalos quedaron desparramados por el suelo. Papá Noel fue a parar a la ladera de otra montaña, los demás renos quedaron patas para arriba y Rodolfo ya no tenía roja su nariz, sino blanca del susto.

Tan rápido como pudieron, juntaron todos los regalos y siguieron camino.
– ¿Estás bien? Preguntó Rodolfo a Horacio
– La verdad que no, me siento algo borrachín para ser sincero. Contestó Horacio tratando de fijar la vista que se le iba de un lado para el otro.
– ¿Tomaste alcohol? Sabés que no debemos.
– ¡Qué alcohol ni alcohol amigo! Estuve oliendo las flores del cerquito.
– ¡Qué reno desobediente habías resultado! ¡Sabías que no se puede! Ahora mirá lo que pasa, estás mareado.
– No te preocupes Rodolfo, trataré de recomponerme.

No terminó de decir esta frase que, producto de la desorientación que tenía, no vio que el trineo venía en bajada.

Nada importaron los gritos de Papá Noel que ya se veía dentro del lago y todo empapado, el trineo fue a parar casi casi en el medio del agua.

Afortunadamente y gracias a los excelentes reflejos de Rodolfo, los regalos no se mojaron. Dio un giro tan rápido que logró volver a poner el trineo en su lugar y excepto por la barba de Papá Noel que chorreaba mucho, el episodio no pasó a mayores.

Antes de que el efecto mareador del perfume de las flores se esfumara, se atascaron en unas rocas.

Si bien, gracias a que todos colaboraron, pudieron salir sin problemas, la entrega de los regalos estaba realmente atrasada. La noche pasaba y los niños debían recibir sus regalos ¿llegarían a tiempo?

Una vez recompuesto del mareo, Horacio, sintiéndose muy culpable por el atraso, tomó una decisión. Dividirían el trabajo de entrega con Papá Noel. Rodolfo se sumó a la idea, unos irían a unas casas y otros a otras. Los renos jamás habían salido del trineo y menos para repartir regalos, pero era el momento justo para hacer algo que jamás habían hecho. Los niños no podían quedarse sin obsequios.

Cuando el trabajo se hace en equipo y con un objetivo en común, todo sale bien.

No fue fácil realmente ni para Rodolfo, ni para Horacio, entrar en las casas sin romper algún adorno o cortina, pero si bien algún que otro destrozo hicieron, lograron su cometido.

Horacio quería reparar la demora que habían tenido por su culpa, Rodolfo quería ayudar a su amigo, Papá Noel quería hacer su trabajo y por sobre todas las cosas,  los tres deseaban cumplir el sueño de todos  los niños.

El objetivo se cumplió, todos y cada unos de los regalos fueron entregados, ningún niño quedó sin el suyo.

Lo cierto es que algunos niños que habían espiado esperando conocer a Papá Noel, se encontraron que en vez de barba tenía cuernos, que tenía cuatro patas y no dos piernas, que no usaba gorro, en fin. Hay que decir que terminaron un poco confundidos, pero no mucho pues pensaron que el desconcierto se debía al sueño que tenían por lo tarde que era y no a otra cosa.

Eso sí, en el Polo Norte ya no hay un cartel en las flores que diga “NO OLER”, lo reemplazaron por otro que dice: “SE RECOMIENDA A HORACIO NO ACERCARSE A MENOS DE DIEZ METROS”.

Horacio aprendió a ser más prudente. No obstante ello,  las siguientes navidades ayudó igual a Papá Noel a repartir los regalos, pues aprendió el valor del trabajo en equipo y vivió en carne propia la inmensa alegría de hacer felices a los niños.

viernes, 21 de diciembre de 2012



Hola a tod@s.
Este año gracias a la acogida del año pasado durante todos los días desde el 22 de Diciembre de 2012 hasta el día 1 de enero de 2013, recuperamos el apartado que se llamara CUENTOS DE NAVIDAD, ahí aparecerán varios cuentos diariamente que nos aportarán alegría y diversión para los más jóvenes, y reflexiones para los mayores.

Espero que disfruteis de todos ellos y que vivamos la Navidad en solidaridad.
domingo, 16 de diciembre de 2012

¿Qué quieres ser?



El oro para ser purificado debe pasar por el fuego.. y el ser humano necesita pruebas para pulir su carácter. Pero lo más importante es: Cómo reaccionamos frente a las pruebas.
Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. 
No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro. 
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. 
En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra. 

La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre.
A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un bowl. Sacó los huevos y los colocó en otro bowl. Coló el café y lo puso en un tercer bowl.
Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿qué ves?" "Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta. La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: "¿Qué significa esto, Padre?" El le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.
La zanahoria llegó al agua fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer.
El huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.
"¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?. ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?" ¿Y cómo eres tú, amigo? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido? ¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor.Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor.
Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.
¿Cómo manejas la adversidad? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?
viernes, 14 de diciembre de 2012

jueves, 13 de diciembre de 2012

Este próximo sábado día 15 de Diciembre del 2012, como todos los tercer sábados del mes, a partir de las 19:00 horas, tendrá lugar en el Altar Mayor de la Parroquia de San Cristóbal Mártir, el ejercicio de la Solemne Misa mensual de la Asociación Sabatina en honor a Nuestra Señora de los Dolores. Los esperamos. 

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