lunes, 24 de diciembre de 2012



Enriqueto era un ratoncito tímido, de pelaje negro, dientes torcidos, ojos bizcos y oreja maltrecha. Se quedó huérfano de padre y madre y creció en compañía de otros ratones que hacían lo que podían para sobrevivir en un mercado de la ciudad de Guatemala. El día de Nochebuena, como de costumbre tenían hambre y decidieron salir a buscar comida entre los desperdicios de los contenedores que la gente iba llenando alrededor del mercado.

Nuestro amigo Enriqueto, que era muy hábil para detectar olores y sabores, era el jefe de la cuadrilla de buscadores y el que más y mejor comida conseguía para la familia ratonil. Esa mañana logró reunir trozos de jamón, pizza, chorizo, frijoles volteados, nachos, platanitos cocidos, pan francés y unas cuantas galletas navideñas. - ¡Qué placer!, dijo Enriqueto. Todos sus amigos se reunieron y empezaron su banquete navideño. Comieron hasta que casi reventaban sus panzas rechonchas y peludas.

Al filo de las 8 de la noche, ya ni se movieron en sus cuevas de lo llenos que estaban. Sin embargo, Enriqueto decidió salir a ver si conseguía algo de postre. Cuando estaba por allí merodeando… ¡¡¡PUM!!!... lo atropelló un coche. Salió disparado al otro lado de la carretera y notó que algo caliente le salía del cuerpo. Tiene que ser sangre. Dios mío...me estoy muriendo... a donde iré a ir a parar: al cielo de los ratones o allí abajo ¿donde se asan?..., empezó a pensar Enriqueto. En esas estaba cuando ya no sintió nada más y desfalleció....

Cuando por fin abrió sus ojos, se vio rodeado de ratones vestidos de blanco, y dijo: "Entonces sí me morí y debo estar en el cielo". De pronto uno de ellos le habló, diciendo: - ¡¡Manito Enriqueto...por fin abriste tus ojos...estás vivo!! Un buen susto fue el que se llevó Enriqueto. Y lo que realmente había pasado fue que cuando sus compañeros oyeron que un coche se había estrellado contra el contenedor de basura que registraba Enriqueto, le vieron tendido en la acera. Inmediatamente lo cogieron y se lo llevaron a su cueva, le frotaron con alcohol el pecho, le estiraron las piernas y lo calentaron con mentol y candelas para que entrara en calor. Enriqueto, al verse vivo, no paraba de llorar de la alegría y juró no volver a portarse mal y ser tan glotón y comilón.

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