domingo, 24 de marzo de 2013

Evangelio según San Lucas 23, 1-49:



Se levantó toda la asamblea y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al Cesar, y diciendo que él es el Mesías Rey. Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos?. Él le contestó: Tú lo dices. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: No encuentro ninguna culpa en este hombre. Ellos insistían con más fuerza diciendo: Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verlo hacer un milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.

Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: Me habéis traído a este hombre, alegando que alborotaba al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaban en masa diciendo: ¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás. (A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio). Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: ¡Crucifícale, crucifícale! Él les dijo por tercera vez: Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré. Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Mientras lo conducía, echaron manos de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: “Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “desplomaos sobre nosotros” y a las colinas: “sepultadnos”; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco? Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Y cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Y se repartieron sus ropas echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando, las autoridades le hacían muecas diciendo: A otros ha salvado, que se salve a sí mismo; si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban también de él los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS. Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: Padre, a tus manos encomiendo tu espíritu. Y dicho esto, expiró.
El centurión al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: Realmente, este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando. Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.


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